Crónicas
La buena suerte de Françoise Hardy
La cantante francesa Françoise Hardy
Hay algo fascinante en la cantante francesa, en el timbre de su voz, tan civilizado y lleno de respeto, y en su aspecto físico
Ignacio Vidal-Folch
06.05.2018
Françoise Hardy era la voz de la típica melancolía adolescente que anhela un amor, pero después a fuerza de escucharla hemos ido aprendiendo sobre ella otras cosas interesantes, y también algunas asombrosas. Ahora, cumplidos los 74 años, acaba de publicar un nuevo álbum titulado como su canción-bandera,
Personne d’autre (Nadie más), que no es un disco de emociones adolescentes más que en la medida en que ciertas emociones nos acompañan desde la cuna a la tumba. Por lo demás, el disco no expresa da voz a emociones adolescentes, ni jóvenes, ni maduras, sino ancianas, con toda la sabiduría vital y toda la pena implícitas en esa categoría, toda la pena y la sabiduría que da la experiencia.
Cuánto ha cambiado todo desde
Tous les garçons et les filles, de 1962, donde Hardy lamenta no tener, como todas las chicas de su edad, un chico con quien pasear de la mano, hasta este disco
senil donde declara su disposición a
“prendre le large” (zarpar hacia mar abierta, irse), y le pregunta a ese chico tan deseado, ahora lógicamente achacoso,
“seras-tu là?” (¿estarás allí?). Sigue esperando que le dé la mano. Cuánto ha cambiado todo, y qué igual sigue siendo.
Discos como éste, como
You wanted it darker de Leonard Cohen, o como
Blackstar de David Bowie, salvando las distancias, pertenecen a un mismo subgenéro que hace décadas, cuando nació la
música pop, cuando ellos entonaban sus primeros trinos, cuando nosotros los descubríamos, no hubiésemos creído que llegaría a existir: un subgénero que podría llamarse
pop senil, o sea “perteneciente o relativo a la persona de avanzada edad en la que se advierte su decadencia física”, según la RAE, y yo añado que en esas voces se advierte no sólo su
decadencia física sino también otros atributos decadentes, como el desengaño --o si se prefiere la lucidez-- y una manera determinada y metafísica de encogerse de hombros, que sólo pueden adquirirse con los muchos años (no diré que sean adquisiciones deseables).
Del anonimato a la gloria internacional
Hay algo fascinante en el caso de Françoise Hardy. Algo que ella comenta en su libro autobiográfico
La desesperación de los simios: su buena estrella. La suerte con la que accedió, en un instante, desde el absoluto anonimato a la gloria internacional. Era una chica tímida que sabía tocar tres acordes a la guitarra y con esos tres acordes componía
canciones melancólicas. Se presentó a la audición que había convocado una discográfica en busca de nuevas voces, la eligieron, y su primer disco vendió en seguida millones de copias. Desde entonces, el
éxito permanente. Que no le hizo perder la cabeza como fácilmente sucede en casos así. Al contrario, es una persona de una
sensatez e independencia de juicio muy considerables, elegantemente modesta y a la vez abierta, sin remilgos, pragmática, como se ve en las memorias mencionadas (de 2008), en la novela
L’amour fou (2012) y en sus dos últimos libros hasta la fecha, provocados por la declaración de una grave enfermedad, un linfoma de Malt:
Opiniones no autorizadas (2015), donde encontramos detallada y quizá excesiva información sobre las lavativas y endoscopias a las que tuvo que someterse, y
Un cadeau du ciel (2017), donde cuenta su afortunada curación in extremis. ¡Qué buena suerte ha tenido, sí, buena suerte pese a las adversidades, pese a las penas y al amor no correspondido, que son consustanciales a la aventura humana! Qué bien.
Como a tantos de mi generación, Françoise Hardy me ha hecho compañía durante toda la vida, aparecía de vez en cuando, y sigue siendo una compañía agradable; me gustan bastantes de sus canciones; y el timbre de su voz, tan
civilizado y lleno de respeto; y su aspecto físico; y el aire de París con su río y sus grandes castaños y bistrots, aire que la envuelve como un aroma de
romanticismo trasnochado, sincero, siempre encantador; y la dulzura de su nostalgia de plenitudes imposibles; pero lo que más me gusta es la buena suerte que la rodea como un aura resplandeciente.
Source : https://cronicaglobal.elespanol.com/letra-global/cronicas/buena-suerte-francoise-hardy_139304_102.html